Existió realmente: quedaba en la calle Ayacucho 1443. Era una pieza sin ningún brillo, un ambiente perteneciente a un caserón antiguo, que era propiedad del editor gráfico y más tarde empresario periodístico Julio Korn.
Celedonio Esteban Flores describe el ámbito festivo y cordial que caracterizaban las reuniones: “el bulín que la barra buscaba / para caer por la noche a timbear”, “no faltaba la guitarra / bien encordada y lustrosa”, “el primus no me faltaba / con su carga de aguardiente”. Escenas de la bohemia, que compartía todos los viernes con personajes de ambiciones idénticas y de destinos diferentes. El payador italiano Juan Bautista Fulginiti, que le aportaría al tango “Llorando la carta”, un suceso en la voz de Agustín Magaldi; el cantor Fernando Nunziata, que hiciera dúo con Juan Carlos Marambio Catán; Pancho Martino, el cantor que en la década del 10 recorriera los pueblos bonaerenses con Gardel, José Razzano y Saúl Salinas; un cantor llamado Paganini, que formaba un dúo con un tal Ciacia; otro cantor y guitarrista conocido como el “Flaco” Solá, que según las crónicas tenía una habilidad especial para el puchero. Y Celedonio.
Que en la primavera de 1923 le llevó la letra a los hermanos José y Luis Servidio, ambos bandoneonistas, quienes actuaban en el café ABC de Villa Crespo. José compuso la melodía en dos días. Para ese entonces, la barra se había disuelto. Todo parece indicar que Flores se puso de novio a fines de 1921 y dejó de ir. Los demás se deben haber borrado en cadena: tampoco es bueno prolongar el dolce far niente sin generar ingresos.
Flores y los Servidio eran vecinos de Villa Crespo: José, a quien lo llamaban “Balija”, a los 16 ya había grabado discos como integrante de la orquesta de Roberto Firpo. Luis, conocido como el “Gordo”, hizo sus primeros tangos en 1918, cuando tenía 23 años.
El tango fue estrenado por el dúo Todarelli-Mandarino en el teatro Soleil, del mismo barrio, con el acompañamiento de la guitarra de Humberto Canataro.
Contaba Servidio que Gardel lo grabó al poco tiempo de ser estrenado. Sin embargo, el único registro existente es del 27 de diciembre de 1925, en Barcelona. En los años 40 lo grabaría Francisco Fiorentino dos veces: con Aníbal Troilo en junio de 1941 y con José Basso en 1949. Para ese entonces, con el siniestro argumento de depurar el lenguaje coloquial, las autoridades del área de educación se habían erigidos en censores de las obras artísticas. “El bulín de la calle Ayacucho” fue castigado por su “deficiente calidad literaria y asunto poco edificante”, argumento que se utilizaba para impedir la difusión de numerosas obras. Flores tuvo que escribir otra letra, afortunadamente olvidada, rebautizada “En mi pasado”. Sus versos comenzaban así: “Mi cuartito feliz y coqueto / que en la calle Ayacucho alquilaba / mi cuartito feliz que albergaba / un romance sincero de amor”. Imposible reconocer a Celedonio entre tanto adjetivo almibarado.
Letra
El bulín de la calle Ayacucho,
que en mis tiempos de rana alquilaba,
el bulín que la barra buscaba
pa caer por la noche a timbear,
el bulín donde tantos muchachos,
en su racha de vida fulera,
encontraron marroco y catrera
rechiflado, parece llorar.
El primus no me fallaba
con su carga de aguardiente
y habiendo agua caliente
el mate era allí señor.
No faltaba la guitarra
bien encordada y lustrosa
ni el bacán de voz gangosa
con berretín de cantor.
El bulín de la calle Ayacucho
ha quedado mistongo y fulero:
ya no se oye el cantor milonguero,
engrupido, su musa entonar.
Y en el primus no bulle la pava
que a la barra contenta reunía
y el bacán de la rante alegría
está seco de tanto llorar.
Cada cosa era un recuerdo
que la vida me amargaba:
por eso me la pasaba
fulero, rante y tristón.
Los muchachos se cortaron
al verme tan afligido
y yo me quedé en el nido
empollando mi aflicción.
Cotorrito mistongo, tirado
en el fondo de aquel conventillo,
sin alfombras, sin lujo y sin brillo,
¡cuántos días felices pasé,
al calor del querer de una piba
que fue mía, mimosa y sinceral …
¡Y una noche de invierno, fulera,
hasta el cielo de un vuelo se fue!