Cuando Juan Carlos Cobián compuso este tango –y esto habría de ser en 1920, a sus 24 años, y después de haber escrito “El botija”, “El trino”, “El orejano”, “Salomé”, “El gaucho” y “El motivo”- más de un personaje de la alta sociedad, y también de la del medio pelo, se disputaba el mote de shusheta. En la jerga de los genoveses de fines del siglo 19, sciuscetto significaba fuelle y por extensión, soplón; es decir, buchón. El lunfardo montevideano lo adoptó con esa acepción; en cambio, de este lado del río, shusheta significó elegante, petimetre, persona que cuida excesivamente su imagen.
Poetas lunfardos como Iván Diez o Celedonio Flores, o comediógrafos como Alberto Weisbach –en “Noialtri zeneixi semmo cosci…”, de 1924- procurarían darle vigencia al término, que finalmente sólo logró pasar a la posteridad por ser el título de este tango.
Pero decíamos que en los años 20 más de uno podía ser considerado un shusheta. Y este es el punto de partida de una confusión en cuanto al destinatario de la inspiración de Cobián. En principio, la partitura original –que aclara que es un “gran tango de salón”- lo dedica “al amigo Julio Martel”, de quien no se tiene ninguna pista. Y que obviamente, no es el cantor de Alfredo de Angelis.
Sin embargo hay quienes aseguran que Cobián pensó en Benjamín Roqué, conocido como “El Payo”, cuando bautizó a su obra. Dice el fallecido historiador Héctor Ernié: “Conversador ameno, espíritu travieso e ingenioso, arrogante, amigo fiel y consecuente, su centro de operaciones fue el frente del Jockey Club de la calle Florida, donde siempre estampaba su gallarda figura ataviada de rigurosa galera, bastón, guantes, cuello palomita, corbata de plastrón y manubrios como bigotes”.
Pero ¿y si en realidad el tango estaba dedicado a otro dandy, Macoco Alzaga Unzué, también amigo de Cobián, y también integrante de la bohemia noctámbula dilapidadora de esos años? Hay quienes sostienen esa tesis, y de ninguna manera debe ser descartada, aunque hoy sólo queden recuerdos de recuerdos de testimonios orales.
Cobián grabó el tango con su sexteto en 1923 (sello Victor, Nº 71863). Unos años más tarde le pide a Enrique Cadícamo que le agregue letras a sus composiciones. En 1934 aparecen los versos de “Shusheta”, que permanecen virtualmente ignorados. Y en 1944 llega la reivindicación final del tango, cuando el director de orquesta Angel D’Agostino le solicita a Cadícamo una nueva versión, despojada de lunfardismos, a la que rebautizan “El aristócrata”.
“Dicen que fue allá por su juventud / un gran Don Juan del Buenos Aires de ayer / que engalanó las fiestas del Jockey Club / y en el ojal siempre llevaba un clavel”, detalla Cadícamo. Y la descripción es compatible con Roqué como con Alzaga Unzué, o como tantos otros shushetas del tiempo del jopo.
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Cosas de Roqué
El Payo Roqué había nacido en Córdoba en 1865, y se había propuesto vivir sin trabajar, por lo cual eligió la profesión de periodista. Fue fundador de publicaciones como el Pif Paf, La Roncha y Buenos Aires Sport. Aunque el esfuerzo no era su especialidad: en cierta oportunidad, al presentarse para una vacante en “El censor”, su director Luis María Gonnet le preguntó qué sabía hacer y qué obras había leído. Y Roqué le respondió: “las Obras Sanitarias de la Nación”, con lo cual se aseguró el puesto.
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Grabaciones encontradas
En 1922, Juan Carlos Cobián integraba el quinteto de Osvaldo Fresedo. Con esta agrupación graba en mayo sus tangos “Biscuit”, “Snobismo” y “Mi refugio”. Ya independizado de Fresedo, en 1923 forma su sexteto propio, que completan Luis Petrucelli y Pedro Maffia en bandoneones, Agesilao Ferrazzano y Julio De Caro en violines y Humberto Costanzo en contrabajo. Con ellos realiza la primera grabación de “Shusheta”. La versión más conocida del tango es la de Angel Vargas con la orquesta de Angel D’Agostino, grabada el 5 de abril de 1945). Vargas volvería a registrarla con la orquesta de Toto D’Amario el 30 de agosto de 1957.